lunes, 24 de febrero de 2014

Y recuerdo cuando me hablabas. Cuando el tiempo se detenía y me contabas secretos. Tuyos. De los que llevas bajo la piel y que no olvido por mucho que me empeñe. Porque eran parte de tí. El por qué de tu cabeza baja, o el por qué de tus medias sonrisas. Los por qués de tu tinta, de tus camisetas rotas. O el por qué de cuando me las dejabas a mí para ponérmelas. 

Las lineas de la persiana nos oyeron hablar de tantas cosas que a día de hoy aún siguen cayéndome a cuentagotas por la memoria cuando menos me lo espero. Como el vaho de este invierno tan hijo de puta, en el que ya no hay pasos al lado de los míos.  

Me hablabas. De tus fantasmas. De tu música y de tus sueños. De tus pesadillas. De cómo te gustaba dejar escapar el humo de esa forma. Me hablabas, con el café en la mano, o recorriendo la linea de mis huesos. 


Me hablabas. Pero lo mejor de todo es que no solo lo hacías con palabras. Tus miradas y los besos que me diste han sido el mejor lenguaje que he aprendido nunca. 

Eso, y el regusto que dejaba tu café.

Me hablabas, 
y he de reconocer, 
que el eco de tus palabras,
se me quedó en la piel.  


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