lunes, 3 de febrero de 2014

Dando un sorbo a tu café, mientras estabas distraída mordiéndote el labio, me invadió esa escalofriante sensación de tener que salir corriendo. 
No del bar, ni de la ciudad, ni de ti, que seguías ajena mirando el plato vacío, sino de mi. 
Salir corriendo de mi mismo... Qué estupidez ¿Verdad?
Me gustaba. Realmente era la idea más maravillosa que había tenido durante ese octubre de taciturnidad diaria.

Joder, no sabía hacia dónde. Lo peor de huir es que tienes (o deberías tener siempre que te lo propones) una dirección. Yo no la tenía.
Bueno, empezaría por el bar, luego vendría la ciudad, después tu, y a ver si, con un poco de esa suerte que nunca tuve, podría perderme de mi sombra, que nunca dejó de perseguirme.

No dejé de correr. Mi sombra sigue encontrándome cuando tomo café contigo en el mismo sitio cada viernes a las siete. 
Algo me ha salido mal.

Sigo corriendo.
Sigo con sombra.
Son las siete.

J

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